Todos habitamos nuestra propia zona de confort. Apenas somos conscientes de ello, sin embargo, nos movemos en nuestro devenir diario haciendo gala del extendido pensamiento generalizado: “virgencita, virgencita..” y de esta forma van transcurriendo nuestros días en, lo que nosotros consideramos, total normalidad.
Cada día resucitamos con el estridente alarido del despertador y abandonamos los dulces brazos de morfeo arrastrándonos hacia nuestra rutina. Soportamos atascos y malas noticias camino del trabajo y, una vez allí, vendemos nuestro tiempo haciendo algo que, en la mayoría de los casos, ni nos gusta ni nos importa. Aguantamos a nuestros Jefes, sus caprichos y exigencias, agradecidos porque con la que está cayendo…
Y de este modo transcurre nuestra existencia que no nuestra vida porque, sinceramente eso no es vivir. Y lo que es peor, si sorprendemos a alguien tratando de hacer las cosas de un modo diferente rápidamente le reprendemos y le instamos a regresar al rebaño y, de esta forma, acabamos con su sueño y con cualquier atisbo de esperanza que hubiera engendrado.
Pero quiero que hoy sea diferente. Quiero pedirte que hoy hagas algo que te oblige a salir de tu zona de confort. Estaría bien que llamases a esa persona con la que tienes esa conversación pendiente; me gustaría que hoy dieras el primer paso en ese proyecto que te ronda por la cabeza y que siempre andas aplazando o bien podrías salir a la calle e intentar conseguir que alguien te invite a desayunar. Luego vuelve y deja un comentario con tu experiencia.
Para terminar a modo de arenga te dejo una reflexión y un vídeo.
“¿Qué crees que pensaría el niño que fuimos del adulto en el que nos hemos convertido?”
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